Julia, Tom y sus hijos Cassie (adolescente) y Ben (niño de ocho años) están disfrutando unas vacaciones en el Mar Caribe, a bordo de un pequeño yate, alejados de la rutina. Lo que comienza como una escapada paradisíaca pronto se vuelve inquietante: primero, Julia casi se ahoga por una corriente inesperada; después, unas ballenas desorientadas destrozan la hélice del bote. Un satélite se estrella en el agua, y la brújula deja de funcionar — señales cada vez más claras de que algo grande y desconocido está ocurriendo.
La familia descubre que estos incidentes no son fallos aislados sino los primeros indicios de una catástrofe global: los polos magnéticos de la Tierra se han invertido. Este fenómeno desencadena una reacción en cadena: los océanos se levantan, destruyen los continentes, emergen tormentas, desiertos reemplazan tierras fértiles, y el mundo tal como lo conocían comienza a colapsar. El mar se retira dejando desiertos y los ecosistemas no soportan el cambio abrupto.
Julia, Tom, Cassie y Ben deben adaptarse rápidamente: enfrentan la falta de recursos, caminos destruidos, desplazamientos forzados y la necesidad de decidir qué prioridades tienen: ¿protegerse entre ellos, buscar ayuda o moverse hacia regiones que podrían quedar menos afectadas? A cada paso, los peligros son pocos y letales: tormentas que brotan sin aviso, animales o criaturas de las profundidades que actúan de forma errática, los obstáculos psicológicos de enfrentar lo imposible.
La inversión de polos magnéticos no es algo estático: la familia aprende que hay momentos críticos — ventanas en el tiempo — para moverse, refugiarse, tomar decisiones con urgencia. Si no lo hacen, será demasiado tarde. El entorno se torna más hostil con cada hora: la tierra sufre heladas extremas o calor insoportable, el suministro de agua y alimentos se complica, las señales de civilización se desvanecen. En medio de todo ello, surgen conflictos internos: miedo, culpa, sacrificio, decisiones que ponen en jaque no solo la fuerza física sino los lazos emocionales.
Aunque la película mantiene la tensión constante, también ofrece momentos de ternura y unión familiar. Julia se convierte en motor para mantener la esperanza viva, Tom lucha por mantener a la familia unida; los hijos crecen en valentía. En los momentos finales, cuando la reversión de los polos parece inevitable —o al menos irreversible por largos períodos— la familia debe aceptar que algunas pérdidas son parte del destino. El fin no cierra todos los cabos: queda la pregunta de si sobrevivirán más allá de lo que se ve, si reconstruirán o simplemente resistirán. Pero al menos, dejan claro que el verdadero valor está en lo que uno hace al enfrentarse al fin del mundo.
