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La Palma (2024) es una miniserie que mezcla el drama familiar, el thriller geológico y la crítica social en un escenario cargado de tensión natural y humana. Desde su inicio, se nos presenta una aparente historia de vacaciones navideñas, pero rápidamente el relato gira hacia una amenaza inminente: la posible erupción del volcán Cumbre Vieja. Lo que hace poderosa esta narrativa no es solo el desastre natural, sino cómo la serie lo utiliza como un catalizador para exponer las fragilidades de la ciencia, la política y las relaciones personales.
La protagonista científica, Marie, representa el dilema del conocimiento frente al poder institucional. A pesar de tener indicios claros del peligro, sus advertencias son ignoradas por un sistema que prioriza la imagen pública y el miedo a equivocarse. El conflicto entre los datos científicos y la burocracia añade una capa de frustración muy realista. A esto se suma el hecho de que la amenaza no es inmediata ni visible: es lenta, silenciosa, y por eso más aterradora. La serie logra transmitir cómo la indiferencia humana puede agravar una catástrofe natural.
En el núcleo emocional de la serie está la familia noruega, cuyos miembros llegan con sus propios conflictos internos. La dinámica entre Fredrik, su esposa Jennifer, y sus hijos expone cómo un entorno de crisis revela lo mejor y lo peor de las personas. Tobias, el hijo pequeño con autismo, actúa como un espejo de sensibilidad y percepción; mientras que Sara, la hija adolescente, encarna la angustia y el desapego de una generación marcada por la incertidumbre. El desarrollo de estos personajes es sutil pero significativo, mostrando cómo el desastre externo refleja crisis internas más profundas.
A medida que el volcán entra en erupción y el tsunami se convierte en una realidad inminente, la serie intensifica su ritmo narrativo sin perder de vista su enfoque humano. Los sacrificios, las decisiones éticas y el colapso del orden establecido se entrelazan con imágenes impactantes y momentos íntimos. El personaje de Jens, que arriesga su carrera por decir la verdad, actúa como contrapeso al silencio institucional y pone en juego la cuestión de responsabilidad moral frente a la autoridad.
El cierre de la serie no busca el sentimentalismo fácil ni el heroísmo vacío. Es un final que duele, que deja pérdidas y heridas, pero también resiliencia. Los personajes que sobreviven lo hacen con cicatrices visibles y emocionales. La Palma no es solo una historia de supervivencia, sino una meditación sobre el desequilibrio entre humanidad y naturaleza, sobre cómo ignorar las señales del planeta tiene consecuencias fatales. En su conjunto, la serie es un grito contenido sobre nuestra fragilidad y nuestra capacidad —a veces tardía— de reaccionar.
